Hay un cierto aire de lejanía que percibo en mí…algo que me aparta y me hace sentir ajeno en todo lo que hago y a los lugares a donde voy.
Podría decir, con justo derecho, y acorde a mis vivencias, que me siento extranjero. El estar en medio de un montón de gente no me provoca un sentimiento de euforia de acompañamiento, sino acentúa la situación que vivó a solas en mi recámara.
Cómo cuando me recuesto sobre el colchón e Hypnos asesina por unos momentos mi conciencia, respondiendo a mi tan vehemente ruego, sueño y mi mente se va lejos.
Abandono las camas que se erigen como tumbas del cementerio de mi vida. Dejo de un lado las cadenas de obligaciones que calan en los huesos de mis muñecas.
Se va la indiferencia con la que me han tratado aquellos individuos a los cuales mi corazón, con mucha devoción, entregue en sus manos, y los nombre en un mismo tiempo: custodios y amantes.
La nefastitud con el ímpetu de pasividad que me transmite, parece dejar de caer su fuerte enredadera que corre por todo mi cuerpo.
En el transcurso de mis sueños, un bálsamo etéreo va revitalizando mis heridas, tan profundas por no cicatrizarse tras 21 años de cruentas batallas.
Pero después, suenan las fúnebres campanadas de la realidad. Su repique lento y doloroso, hace recordar a todos los mortales que su lastimoso camino, émulo al camino de espinas de Jerusalén, continúa.
Las lágrimas brotan porque Hypnos se ha marchado, nos ha dejado con un mundo más bello en la mente y un suplicante lamento en la garganta.
Desgarramos nuestras ropas, rasguñamos nuestra carne hasta hacernos sangrar, vaciamos un tonel de cenizas sobre nuestra cabeza.
Luego, solo queda vestirse de negro y aceptar el luto que nos impone la vida.
El amargo fruto de la resignación debe de ser tragado por todo aquel que se ve arrojado al mundo del que trato de escapar.
Al comerlo, otra esperanza le queda: la de atragantarse; tan impasible es al preferir la nada que el ser, la nada que misteriosa se erige ante la familiaridad del ser, pero que le carcome.
Pero el mundo sigue girando, y vuelta tras vuelva, la esperanza se va substancializando, y con su anclaje ontológico, pierde su rasgo optimista y se torna en desesperanza…la eterna esperanza desesperanzada, resignación de los mortales, fuego de sus hogares, sal de la vida, primer motor de su torva existencia…