Donde habita el olvido...

Author: B. Rimbaud / Etiquetas: , ,








El día que llegó
tenía ojeras malvas
y barro en el tacón,
desnudos, pero extraños,
nos vio, roto el engaño
de la noche, la cruda luz del alba.
Era la hora de huir
y se fue, sin decir:
“llámame un día”.



La situación no podría ser más inadecuada: verse con un casi desconocido en vistas de compartir el lecho. José se preguntaba si haría bien, pero los sentimientos que lo obligaban a ir en búsqueda de esa otra parte que lo completaba terminaron por arrasar con el raciocinio y su torpe freno. Tras llegar al lugar del encuentro, se sentó en una banca a esperar, transcurrieron pocos minutos pero para él fueron horas, encendió un cigarro que fue muriendo poco a poco, mientras José hacía un recuento de lo que había llevado a dicha situación. Pensaba en los momentos de soledad desgarradora que lo atormentaban con una constancia inconstante: siempre brotaban no en un determinado lapso, pero brotaban. Había leído bastante sobre su situación, sabía que era ridículo esa insistencia por completarse con alguien más, que le parecía más acertado Deleuze al hablar de la inmanencia de los deseos como un desborde del ser, más que como una carencia, ¿pero podían más los argumentos que la necesidad imperiosa de sentir la piel del otro y engañarse pensando que estaba para él? La respuesta era cínica: estaba esperando a otro. El humo salía de su boca y en el último instante de agonía de aquel tabaco, el esperado apareció.


La pupila archivó
un semáforo rojo,
una mochila, un peugeot
y aquellos ojos
miopes
y la sangre al galope
por mis venas
y una nube de arena
dentro del corazón
y esta racha de amor
sin apetito.
Los besos que perdí,
por no saber decir:
“te necesito”.


José lo escaneó rápidamente. En definitiva era mejor que en la foto pero ¿pensaría igual el otro que él?

- Hola José, disculpa la tardanza.

- No te preocupes Oliver, ¿nos vamos?

- Claro.


Tras caminar juntos y platicar muy superficialmente los últimos eventos de su vida, pararon a comprar una botella de vodka con algunas botanas. Para después finalizar el recorrido que los llevaría al departamento de José

- Pasa.

- Gracias.


Ya sentados comenzaron a fluir las copas entre una música que incitaba a una buena charla. José se sentía un tanto nervioso, las señales de Oliver no le parecían muy claras, y es que él no pudo disimular desde el primer instante lo mucho que le gustó aquél, pero Oliver no daba señal alguna. Tras un buen rato y con la botella de vodka disminuida, Oliver preguntó:

- Bueno, y a parte de esto, ¿qué otros planes tenías?

- Ehm, pues lo que se diera no sabía como ibas a reaccionar.

La respuesta de José fue burda, tanto que se preguntaba si Oliver había captado todo el nerviosismo. Es más, no le quedaba claro si había tartamudeado.


No obstante, con todo el temor que llevaba dentro, fue José quien tomó la iniciativa. Tras servir las siguientes copas se acercó más a Oliver y le tomó la mano mientras intentaba aparentar normalidad con la plática. Para Oliver eso era ridículo, por lo que sin más le plantó un beso a aquél.


José cerró los ojos, y sintió la gruesa pero fina textura de los labios de Oliver. Y sentía que con cada choque y recorrido de las lenguas de ambos, asesinaba a su verdugo, a quien nombraba como Soledad. Las caricias de las manos no se hicieron esperar y comenzaron las primeras incursiones sobre los cuerpos de ambos. Cuando los cinturones ya no sostenían los pantalones de ambos, fue que José creyó conveniente continuar aquella historia que comenzaba, en su cuarto.


Con la desnudez de los cuerpos y el grito sórdido de la noche, fue que José se entregó a Oliver; sientiendo que entregaba a la nada ese profundo vacío que sentía y que ahora se encontraba repleto de Oliver. Con una sonrisa tras haber concluido los forcejeos, se recostó sobre el pecho de Oliver, y solo se quedó oservándolo.


La habitación, antes caliente, ahora se sentía fría. Oliver lo alejó de su lado, José lo miró a los ojos y encontró la dolorosa verdad que el cuerpo, ahora hostil, de Oliver le había regalado. El resto de la noche, José no durmió solo miraba a Oliver, pero como si viera un paisaje en la lejanía: una montaña que se erigía distante e inaccesible. El aire entraba por la ventana y congelaba el corazón de José, tras ver muerta su más nueva fantasía.



Cuando se despertó,
no recordaba nada
de la noche anterior,
“demasiadas cervezas”,
dijo, al ver mi cabeza,
al lado de la suya, en la almohada…
y la besé otra vez,
pero ya no era ayer,
sino mañana.
Y un insolente sol,
como un ladrón, entró
por la ventana.


En la mañana, Oliver se despidió de prisa, dijo a José que tenía que trabajar. Para José no había más incertidumbre, el dolor lo inundaba de nuevo.


Desde el balcón, la vi
perderse, en el trajín
de la Gran Vía.
Y la vida siguió,
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el olvido.




Imágenes:

http://www.vagamundos.net/2008/albums/Creatividad/Donde_habita_el_olvido_001.sized.jpg

http://lostinmongi.blogia.com/upload/20060225020042-olvido.jpg

Canción: Joaquín Sabina - Donde habita el olvido

3 Interpretaciones, fantasías, idealizaciones:

Dídac Muciño dijo...

aah que dolor, el olvido se cura con la presencia, y el recuerdo se pierde con el dolor!!...

me dolioo!!

Besos!! prr

Carlos Delgadillo dijo...

En verdad os digo que el hombree vive desgarrado por dos tendencias: el deseo y el hastío.

Son dos corceles que tiran de nosotros hay que saber combinarlos para que no nos desmembren.

Erranteazul dijo...

El olvido suele ser dulce metáfora que suaviza la agonía, o mentira piadosa para la concienca insana.

Triste, muy triste. Real, muy real.

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