Sueño de una noche de invierno

Author: B. Rimbaud / Etiquetas:

Sigo rescatando cosas del baúl de la abuela...(2005) igual que en Soledad, no le agrego ni corrijo nada para que siga inédito de cuando era joven y bello (aunque lo siga siendo jeje).








De aquellos enrojecidos ojos de tanto llorar, salieron las últimas dos lágrimas que su alma podía brindar. Se resbalaron como tantas más, por esas mejillas ya desgastadas de tantas noches de soledad.

¿Pero porque iba a abandonar el llanto? Aún sentía ese dolor a flor de piel, era una espina que le trituraba el corazón. Aquel dolor que no le permitía pensar en otra solución que el suave vuelo de la muerte. ¿Por qué si aún lo sentía dentro de él, elegía dejar de llorar?

El llanto en él ya no causaba ningún alivio, se había convertido en una rutina. Pero cuándo…? ¿en qué momento fue posible que apartara de su camino todo lo que le gustaba por el camino del llanto que ya había transitado tanto?

Fue un día, hace largo tiempo, cuando lo conoció. Sus ojos, ahora tristes, brillaron y se deslumbraron; su alma latió al reconocer que ante él, se encontraba la persona para la cual fue traída a este mundo.

El corazón latió fuertemente y su mente solo le transmitía palabras de amor; los versos que había entonado desde niño, ahora en inigualable reminiscencia se posaban en sus labios. Labios que estuvieron a punto de abrir para dirigirse ante aquella persona, con esas palabras.

Se dejó atrapar por sus ojos, por su cuerpo, por su ser. Al grado de no poderlo dejar de mirar. El tiempo seguía transcurriendo inexorablemente, a pesar de sus ruegos y rezos a la fuente infinita. La desesperación se hizo patente, no podría aguantar más.

Pero entonces, cual rayo venido del cielo, ambos se cruzaron; la unión deslumbró el lugar, mucho más que un eclipse en el medio día. Juntos, como sol y luna se unieron. Se entregaron en un beso, se abrazaron, pensando que todo sería para siempre.

De pronto le asaltó un terrible presentimiento, peor que el de la muerte misma. No estarían juntos toda esa vida; tal vez otra, tal vez ninguna. Calló estoicamente su llanto. A pesar de que el dolor le carcomía en lo más profundo de su ser, así lo hizo.

El dolor se apagó un poco; cuando fue besado nuevamente, un beso que cayó como lluvia fresca y abundante sobre un bosque a punto de ser devorado por el fuego de la tristeza.

El tiempo seguía transcurriendo, pero él había olvidado su presentimiento. Conciente o inconcientemente trató de vivir el momento, ese roce de almas único en el universo.

Hasta que en un beso, le llegó el peor elíxir que pudo haber probado en todo su paso por este mundo: la comunión de sus almas ni siquiera duraría antes de la salida del sol.

Entre las tétricas sombras de su ser, se negó a aceptar el desconsolador designio que manaba de las más oscura profundidad de su mente. Gritó una y otra vez, a lo que era superior de él, que todo fuese una mentira, que ese amor que lo carcomía tendría que ser fundido con el amor que el otro sentía por el.

Sus gritos eran cada vez más fuertes a pesar de que su boca no pronunciaba palabra alguna. Gritó al poder del amor que elegía la muerte con heroica resignación a volver a esa vida, triste y solo, sin el alma, que ahora a través de un cuerpo mortal, le sujetaba de la cintura.

Le abrazó, le susurró que nunca en la vida lo dejaría ir. Fue correspondido, pero no sellaron la promesa que se habían hecho. No hubo otro cálido beso, ni un amoroso abrazo.

El tiempo fue el encargado de dar la estocada final que ya estremecía su ser.

Estaban frente a frente, pero sin rastros del fuego abrasador que los había envuelto. Escasamente se miraban. Él lloraba por dentro, no podía dejar de verle sin morirse casi por pasarle sus brazos, envolverle el cuerpo y besarlo como antes.

No hubo piedad del destino. Se alejaron físicamente. En cuánto pudo soltó el llanto más largo y doloroso que ha sacudido este mundo. Él lo quería, ambos se querían. Y era esto lo que más dolía a su ya ingrato corazón.

Eligió llorar: y ahogarse y perderse en la nada… transcurrieron días, semanas, meses. Hasta que se dio cuenta que las lágrimas ya no brotaban, las últimas dos corrieron, pero el dolor de su alma permanecía intacto.

El incendio provocado hacía largo tiempo atrás, aún no se apagaba, ni con las abundantes gotas de lágrimas que había vertido.

Salió de su caverna. Pero ya no sería nadie, ni nada. Sería una sombra que vagaría por todo el orbe. No tenía el valor suficiente para hacer el trabajo correspondido a la muerte, porque en el fondo de su ser, tenía una esperanza: la esperanza de estar con él y nunca más volverse a separar; de darle un abrazo y llenarlo de besos desde el despunte del alba al ocaso.

Vagaría, arrastrando sus cadenas. Lo buscaría hasta encontrarlo, pese a que en el fondo ya sabía que no sería así. Aunque esto fuera más doloroso que la amarga resignación al no tenerle.

Bebió el cáliz del desconsuelo: ya no tenía nombre, ya no era nadie. Buscaba como el ciego la luz… La luz que un día lo hizo el ser más feliz, más pleno de toda la creación.

Ahora solo le quedaba el recuerdo de cuando sus almas se unieron, y eclipsaron a las estrellas más brillantes del cielo en un éxtasis que no pudo durar más…

3 Interpretaciones, fantasías, idealizaciones:

Erranteazul dijo...

A veces muy pocas, el llanto que mana como un torrente, se seca. Entonces el dolor se agudiza porque no tiene cómo salir. Y el dolor del alma es el más agudo y cruel. Significa cuando brota, que el corazón también está cansado, agotado.
Tu relato, intenso y apasionado, me ha recordado tantas cosas. Y frente a tanto agobio, no tengo duda, la muerte es un bálsamo.
Un placer venir a tu espacio. Lo siento tan, tan cercano.

Erranteazul dijo...

Ahh..mi dirección: portomio@hotmail.com Serás bienvenido.

B. Rimbaud dijo...

Ya sabes que eres bienvenido siempre, gracias por compartir...

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