Octavxágoras o de los prejuicios

Author: B. Rimbaud / Etiquetas:

El siguiente diálogo fue encontrado en un pergamino entre las ruinas de una de las tantas Academias de Guadatenas (ésta ubicada entre el río Alcalmandro por el puente de Transimites) y parece ser de Bernastófanes, filósofo de esta polis.

Octavxágoras
O de los prejuicios

Bernastófanes: ¡Carlicles! Cansado de te vez, pero dime: ¿de donde vienes y a donde vas? Noto con asombro que en pos de un extranjero caminas.
Carlicles: Voy, ¡oh fiel Bernastófanes!, guiando a este extranjero por toda Guadatenas, mostrándole con agrado nuestra ciudad: sus lugares, sus personas.
Ber: No calles más extranjero, no eres una mujer o un niño de quien se ha dicho que su ornato es el silencio, y responde: ¿eres de la chilángade? ¿Cuál es tu nombre? ¿De donde procede tu progenie?
Octavxágoras: Estimado huésped, presento mi nombre: soy Octavxágoras, y me jacto de ser de la estirpe de Agamenón, rey de hombres, pastor de huestes, y vengo de la ciudad de Arguzman donde famoso soy por mi gran conocimiento.
Ber: Noble sangre corre por tus venas y de célebre ciudad vienes.
Oct: ¡Por Zeus que si Bernastófanes! Y Orgulloso estoy de ello.
Ber: Pero cuéntame a que has venido, singular individuo, tal vez a comerciar bienes materiales o bienes del alma, o a compartir tu conocimiento.
Oct: Primeramente, he de decir con toda sinceridad que vengo desde tierra lejana para observar las costumbres de esta célebre ciudad que brilla en todo Gréxico. Y menester es afirmar que la he encontrado muy a mi gusto. Ágoras, templos, jardines: todo bello como en ningún lugar. Gente célebre encontré a mi paso: Filósofos, Sofistas, Pitios, Sacerdotes y algo muy propio de aquí que no puedo encontrar en mi la ciudad a la que debo mi ser, una corriente de filosofía denominada: “la OTRA filosofía”.
Car: ¡Extranjero! Bello es tu elogio, no puedo evitar que las lágrimas broten de mis ojos.
Ber: ¡Por Hera! Así sea y los dioses concedan que sigamos en la cumbre helenemérica.
Oct: Solo algo no he encontrado a mi gusto, y disculpen, finos huéspedes, pero mi corazón me incita a hablar de ello.
Ber: Habla extranjero y no calles más, pues deber entre amigos es dirigir con sinceridad los actos y palabras que pueden mejorar dicha relación.
Car: Así sea y no retengas, por pudor femenino, nada.
Oct: He observado para mi sorpresa, como hombre con hombre yacen en el mismo lecho, no pasa con todos los ciudadanos pero si en numerosos miembros, sin que sea mal visto o juzgado.
Ber: ¿Afirmas esto desde el logos?
Oct: ¡Por Zeus que sí! Es mi razón la que me obliga a elaborar argumentos, fuertes como armas, para combatir semejante desviación.
Car: Esperamos con ansias nos otorgues ese conocimiento que de tan lejos nos traes.
Oct: Pues afirmo, sin más, que natural es al humano estar en el tálamo hombre y mujer, y luchar por la progenie que le cuidará en la vejez y fortalecerá la ciudad con su vigor juvenil.
Car: ¡Terror me causa eso que dices extranjero! El temblor invade mis ancianos miembros, no creo que pueda refutar tan bien fundada prueba.
Ber: Yo, con inseguridad, émulo a un infante emprendiendo sus primeros pasos y esperando ser guiado por los dioses, comprender tu razonamiento, pretenderé.
Oct: Adelante querido Bernastófanes.
Ber: Menester es primero que definamos que es aquello a lo que te refieres con natural en todo su significado de manera que no quede duda: ¿te refieres a caso a natural con el desarrollo o virtud que e es propia a una fracción del ser? ¿O más bien te refieres a una inclinación que ya se tiene?
Oct: Claro es que me refiero a lo primero.
Ber: ¿Identificas la virtud que se desarrolla como una suerte de causa final tal como lo explica un tal Aristóteles?
Oct: ¿Cómo no? Bernastófanes.
Ber: ¿Cuál será esa virtud o causa final de las que hablas y que dices tiene el hombre?
Oct: Afirmo, huésped, que el hombre al buscar su desarrollo total, desea encontrar el lecho de una mujer para procrear y perpetuar su linaje, no por otra cosa que lejos de acercarlo a su fin, lo alejaría.
Ber: ¿Niegas entonces todo placer del tálamo?
Oct: Sino es para procrear sí.
Ber: ¿Admites que el fin de la procreación es común a hombres y a animales o solo lo es a los unos y a los otros no?
Oct: Diría, sin duda que es común a ambos.
Ber: Y no es para más extranjero pues alguno de los zapojonios ha afirmado que todos los animales y humanos proceden de un origen común, otrora en el agua, luego en la tierra.
Oct: Nada nuevo dices.
Ber: ¿Pero es que no has leído, ¡Oh arguzmanide! De las investigaciones del filósofo del Liceo divulgados por los peripatéticos?
Oct: No, ¿pero que puede ser tan importante como que contradiga lo que he dicho?
Ber: Pues estos filósofos, han descubierto, que entre los seres animales, el copular entre el mismo género es algo común.
Oct: ¡Por Zeus! Que no lo sabía, pero ante tan célebres sabios no puedo hacer más que agachar la cabeza.
Ber: Sabio es reconocer, extranjero, nuestras debilidades.
Oct: Por otro lado, si recurrimos al humano como favorecido por Prometo, hay que hacer un elogio a su condición como portador de sabiduría, fiero soldado, buen constructor y ante todo limpio de mente y cuerpo, es decir: higiénico.
Car: Aplaudo tu discurso extranjero. Mi viejo oído, nunca había escuchado una enumeración tan larga y prolífica de las virtudes humanas.
Ber: Anonadado me encuentro yo también, pero una duda vuela a lo lejos como ave de mal agüero que debemos de traer a tierra para descifrar con sus vísceras tal señal. Y pregunto, extranjero, ¿a que la higiene con nuestra cuestión inicial?
Oct: ¿Es que acaso no lo vez, huésped? A continuación te lo explicaré con una claridad digna de un alumno de Rétores Internacionales.
Ber: Espero y me auxilies en tan difícil empresa.
Oct: Pues bien, no digo otra cosa que en una relación de hombres no puede haber higiene, por el contacto con el órgano cuya finalidad es defecar.
Car: Pasmado estoy, enmudecida mi lengua y mi mente entumida.
Ber: ¿Defecar es liberar inmundicias del cuerpo o es otra cosa diferente?
Oct: Necesariamente.
Ber: La orina es vista como parte de esta inmundicia y también es liberada por otros órganos ¿no es así?
Oct: ¿Cómo no, Bernastófanes?
Ber: Luego entonces, en una relación hombre – mujer ¿no hay contacto entre los órganos que también liberan al cuerpo de inmundicias?
Oct: Es así y no de otro modo.
Ber: Por tanto, tampoco es una relación higiénica.
Oct: Tus argumentos son bien construidos, nada puedo oponerles.
Ber: ¿No has hablado con el logos?
Oct: ¡Por Zeus que sí!
Ber: Pareciera más que hablarás desde la concupiscencia y no desde el don de Febo.
Oct: No es así.
Ber: Dos tipos de discurso parece que maneja el humano, pero ignorante soy de ello, pítico saber es requerido.
Car: ¡Por Hera! Tiempo es de invocar a los dioses, las finas musas cantan a mí alrededor, entre ellas Eugeclío de quien soy devoto, y piden les narre el famoso sueño de Teseo.
Oct: Con respecto e interés te escuchamos, anciano.
Car: Polinmneia canta que una vez rendido Teseo, el legislador de nuestra amada ciudad, fue invadido por Hypnos, tras toparse con una difícil decisión relativa al a justicia mediante la distinción entre discursos. Perdido en el mundo de los sueños, de suerte que vino Palas a instruirle: “Dulce Teseo, entre los humanos, el Crónida dispuso dos formas de hacer discursos de manera que el divino Hermes las repartiera entre ellos. El primer modo, tenía como fin dispersarlos y llevaba por nombre el mal discurso. Mediante pensamientos previos a una experiencia y por preferencia meramente personal se afirma algo y se pretende imponerlo. El segundo modo, fue distribuido de manera menos prodiga y fue llamado el buen discurso. Con él los hombres podrían unirse, pues se usaba una facultad inherente al hombre, en unos menos presente en otros más: llamada logos. Mediante el debate se construirán ideas coherentes y reflexivas. Ahora, mi querido héroe es tiempo de que vuelvas a la iluminada tierra por Helios iluminada” Es todo lo que la musa sopla a mis oídos.
Ber: Vierto libaciones a los dioses.
Oct: Benditos sean.
Car: Agradecidos estamos.
Oct: De doble manera lo estoy yo, querido Bernastófanes pues creo haber encontrado un argumento buscado en el buen discurso y además, irrefutable.
Ber: Con singular ansia lo espero.
Oct: ¿Decís, guadatenienses, que vehemente fidelidad a los dioses debemos? O ¿piensan blasfemar en contra del portador de la égida?
Car: ¡Por Zeus y los demás dioses olímpicos! Me apresura a levar súplicas: todo a ellos debemos.
Oct: No esperaba más. Así, ¿no se casó Zeus con Hera, y de la misma manera fecundó multitud de mujeres, entre ellas la madre de Adriacles?
Car: ¿Cómo no, Octavxágoras?
Oct: Pues afirmo que necesariamente y conforme al buen discurso y las disposiciones de los dioses, lo justo es que solo hombre y mujer yazcan en el lecho matrimonial.
Car: No parece que se pueda deducir lo contrario.
Ber: Todo parece girar, aturdido me siento, parece que tienes razón extranjero, el buen discurso me obliga a afirmarlo.
Car: ¡Ay de mí! ¿Cómo he de actuar ahora, oh moradores del Olimpo?
Ber: Esperad…
Oct: Lo que sea necesario.
Ber: Recuerdo, como cuentan los poetas, que el temible Crónida, entre su fecunda vida, con el bello Ganímedes tuvo encuentros.
Car: Claro es ahora.
Ber: Luego entonces, no estaría penada ninguna de las dos relaciones, si a los dioses nos atenemos.
Oct: Me niego a admitir tal clase de relación.
Ber: El buen discurso te obliga a hacerlo extranjero.
Oct: No puedo, en mi tierra, donde conocido soy como el Filósofo, eso es inaceptable.
Ber: Si te parece, Filósofo de Arguzman podemos construir con el buen discurso algún conocimiento referente a aquello que te causa tanta duda y que tan preocupado te tiene.
Oct: No puedo Bernastófanes, otros deberes me apremian, debo ir con Clementágoras de Corruptia para mandar al ostracismo a Agustínides de Lesbos, pues hay algo más en eso.
Car: el mal discurso al asecho, querido Octavxágoras.
Oct: Además, apremiante es conocer la física a la par de instruir a jóvenes efebos sobre la sabiduría que me jacto poseer.
Ber: ¿Te olvidas del hombre extranjero venido de Arguzman?
Oct: Necesario es, leyes hay sobre él que le dominan: divinas y humanas, es necesario conocerlas y sacarles algún provecho.
Ber: ¿Nos dejarás entonces a Carlicles y a mí sin saber que pensar respecto a la efebía?

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